¡ten misericordia de mí!

 


“Cuando eres observador todo el mundo es tu maestro; ¿Pero cuando eres ciego? ...”

- ¿Cómo se llamará el niño? -, preguntó el registrador a inicios del primer siglo. – Quiero algo propio, algo que lo asemeje o le haga digno de mí -, expresó el honorable padre de aquel niño. Continuó diciendo: - Colóquele Hijo del Honorable.

Por un momento me gustó el inició de esta historia, pero, la vida le iba a dar otro sentido a este niño. En noviembre, mes anterior, estuve muy inquieto y algo me movía a leer el evangelio de Marcos 10. 46-52; por lo cual medité mucho en este pasaje y acostado en el sofá de mí pensamiento, cerré mis ojos y recibí una carta que quiero compartir con ustedes. Acompáñenme.

02-12-2020

Para:                                                                                                                                         

Su Palabra.

Hola. Mi nombre es Bartimeo, hijo de Timeo. Me introduciré un poco. Bartimeo es un nombre arameo, que traducido al griego, lengua en que se escribió el evangelio, significa hijo de Timeo. Pero como Timeo es un nombre griego, por eso Marcos no tuvo necesidad de traducirlo; el nombre de mi padre Timeo significa: Honorable, Digno. Entonces yo vengo siendo el "Hijo del Honorable". Mi nombre fue puesto a la burla por mi condición. ¡Ah se me olvidaba! Por si no lo sabías, yo era ciego.

Crecí diferente a cualquier otro niño que pudo haberse desarrollado en mi época, algunos me despreciaban porque para ese entonces se creía o se pensaba que la enfermedad era causada por el pecado, así que quien padecía una discapacidad era tachado de pecador y no lo creían digno de dirigirse al Sacerdote, pueblo y familia. Siendo Hijo del Honorable, viví marginado (a la orilla del camino), postrado (sentado), no tenía valor significativo en relación con mi nombre y la realidad que vivía; no pude decidir por mí mismo ya que en la mentalidad judía, la vista está conectada con la inteligencia y con los sentimientos, vivía en plena oscuridad y con demasiada impotencia. Me dediqué muchos años a mendigar, pues por obvias razones. Todos los días eran monótonos para mí, sabía que era de día porque el sol lo podía sentir, y de noche, porque el frio entraba hasta mis huesos, solo me acompañaba un manto. Recuerdo que a la hora de dormir muchos de los que me acompañaban, lloraban hasta quedarse dormidos, otros extrañaban a sus seres queridos y desvelaban, algunos robaban lo poco que teníamos para sobrevivir; había unos que se alimentaban de esperanzas día a día convencidos que algún día sucedería un milagro.

Viví en Jericó probablemente en ruinas o Jericó la nueva; como lo quieras mirar, aislaban a todos los que padecíamos enfermedades, nadie se acercaba, ni la religión. Los que mayormente sufrían eran los leprosos, a toda hora escuchaba como se quejaban de su dolor cuando se caían sus carnes. Viví en una época totalmente diferente a lo que hoy en día ves, una época donde nuestros corazones estaban apocados; en mi caso, con mucho miedo, es que una persona ciega en aquellos tiempos y lamentablemente hasta hoy día se consideraba una persona menos que los demás.  Se consideraba una persona pecadora y se marginaba de la sociedad. No solo era ciego, también era mendigo, en otras palabras, era un indigente porque no tenía hogar, no tenía trabajo, no tenía forma de vivir más que depender de las limosnas de las personas.

Ahora que sabes un poco más de mí, esto que mencionaré traerá un mensaje de fe y restauración para alguien. Un día de esos monótonos mientras arrodillado recogía mi capa, escuché a la gente murmurar de alguien que hacía milagros, de alguien que tenía propósitos con la humanidad, dirección al perdido, aliento y sustento al pobre, libertad al cautivo y restitución al que todo lo había perdido. Mencionaban a un hombre llamado JESÚS. Desde ese día ansiaba con ganas de que ese Jesús pasara junto al camino donde yo estaba, me consternaba saber que otros, aun enfermos podían movilizarse, o mirar en que dirección vendría aquel que hace milagros; pero no, solo era una constante aflicción. 

La fama de ese hombre se había extendido a tal punto que los rollos y pergaminos acreditaban sus obras, lo recuerdo porque en medio de mi aflicción, escuché a muchos mendigos de los que si podían ver, leer un pasaje de las escrituras: Decid a los de corazón apocado: Esforzaos, no temáis; he aquí que vuestro Dios viene con retribución, con pago; Dios mismo vendrá, y os salvará. en ese instante fue naciendo en mi un gozo interno al saber que tenía esperanza en ese hombre, Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces el cojo saltará como un ciervo, y cantará la lengua del mudo; porque aguas serán cavadas en el desierto, y torrentes en la soledad” (Isaías 35:4-6). Sabes, me propuse a creer lo que había escuchado, porque la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios (Romanos 10. 17) no puedes estar ciego físicamente pero, quizás tu corazón aún lo sigue estando y es necesario que hoy tú también logres percibir con ojos de fe en tu corazón, que vendrán tiempos de refrigerio y que tengas la plena certeza de que Dios proveerá todo lo que necesites, conforme a las gloriosas riquezas que tiene en Cristo Jesús.

Todos los días me levantaba expectante a lo que había escuchado, ya había en mi un factor llamado fe; había empezado a creer en alguien que ni siquiera había visto (Hebreos 11. 1), anhelaba tener un encuentro con ese ser tan especial porque sabría que él era mi absoluta dependencia. hasta que se me cumplió el sueño, Jesús y sus discípulos pasaron por la ciudad de Jericó, y al salir de allí mucha gente los siguió. Junto al camino estaba yo, un ciego más que pedía limosna. ¡Pero! cuando oí que Jesús de Nazaret estaba pasando por allí, ¡empecé a gritar como un loco!, porque si tu deseas algo en verdad, clama a Dios con todas tus fuerzas, con toda tu garganta, explótate para él, pero con el Corazón; deja que grite él corazón y no tu autocompasión, porque en la autocompasión, no tenemos la mirada puesta en Dios sino en nuestros problemas, en nuestro dolor, en nuestra desesperación; la autocompasión va a sacar a Jesús de la ecuación, la autocompasión es esclavizante porque no te dejará conocerle y crecer espiritualmente teniendo nuestros ojos fijos en él (2 Corintios 3:18). Mi hermano todo lo que te digo aquí, compártelo, porque una boca o un corazón lleno de quejas y lástima por uno mismo difícilmente tiene espacio para alabanza al Señor, te lo digo porque eso lo aprendí, por eso me escuchó y me miró.

De manera que volví alzar mi voz, no me importaba cuanta gente había en ese camino, y grité con el corazón lleno de fe: — ¡Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí!

 La gente me comenzó a reprender para que me callara, pero yo gritaba con más fuerza y con un corazón convencido que Él me escucharía: — ¡Jesús hijo de David, ten misericordia de mí y ayúdame! Habrán muchos que estén en la misma situación que tú y gritan, pero gritan porque les encanta sentirse importantes ante los demás, aunque sea sufriendo y no les gustará que tu seas escuchado de verdad, te mandarán a callar pero tu sigue creyendo, que la gracia y la misericordia no es del hombre, es del mismo que me mandó a llamar, proviene de ¡JESÚS, EL HIJO DE DAVID!

Es ahí entonces cuando Jesús se detuvo y dijo: —Llámenlo. La gente me llamó: - ¡Hey, Jesús te llama! Ahí me di cuenta de cuanta misericordia estaba haciendo aplicada sobre mi vida, te resalto que cuando aun los que te mandan a callar y no crean de la forma que tu crees, serán los que te abrirán paso al encuentro del verdadero propósito; yo no fui ciego por casualidad, yo fui ciego para que su gloria se manifestara sobre mí y él fuera glorificado.

Así que tiré mi manto, y de un salto me puse de pie y me acerqué a Jesús. No preguntes como lo hice, yo creo que de la misma emoción se me olvidó que era ciego, pero si salte y fui a él, Y Jesús me dijo: - ¿Qué quieres que haga por ti? -, yo respondí: — Maestro, haz que pueda yo ver de nuevo -. En el momento Jesús me quedó mirando con misericordia pude sentirlo porque cuando Jesús mira tu corazón, tu corazón lo mira a él, Jesús reconoció mí fe y dijo: -Puedes irte; estás sano, tu fe te ha salvado. Pero el milagro comenzó interiormente, Jesús sabía que yo tenía fe, y que tenía una necesidad. Si no tuviera fe, no hubiera sido sanado. La sanidad siempre empieza desde adentro, una sanidad interior y luego se manifiesta exteriormente. Pero fui sanado y no me fui de allí. Jesús me dijo tu fe te ha sanado vete, pero yo lo seguí por el camino. Yo estaba al lado del camino, estaba sin propósito, sin dirección, pero al recibir el milagro de sanidad interior y exterior, encontré mi propósito, seguir a Jesús por el camino. 

Todos los días anhelamos ver a Dios, verlo actuar en cada situación que vivimos, verlo manifestarse a favor de nosotros. Deseamos ver a Dios en todo momento, sentir su presencia, experimentar su amor, ese es nuestro deseo y yo puedo garantizarte que estás a punto de recibir lo que has pedido, de multiplicar lo que él te ha dado, pero nunca dejes que el que observa por vista sea tu maestro, agrega a tu vida personas que observen y caminen por fe. Esto lo sabrás; el seguir a Jesús nos hace discípulos, no perfectos, nos convierte en mensajeros del evangelio, porque después de mi sanidad, me hice discípulo de Jesús.

Te conté esto, porque sé que has escuchado hablar de mí. Pero nunca te has puesto pensar quién fui. Yo también soy testigo de su inmenso poder al igual que pedro y juan, experimenté su infinito amor, y de la sanidad que de él sale. Dime cual es tu problema y te diré quien es Dios; no deseo que tu vida sea normal o común, al contrario deseo que tu vida sea anormal, diferente porque ahí de seguro tarde o temprano tendrás una experiencia que te marcará para siempre.

Jesús le dio sentido a mi vida a través de su favor y misericordia, restituyó mi integridad y sobre todo, esta vez no era el hijo del honorable, sino hijo de Dios. Así también pasa con todos los que quizás en un tiempo tuvieron un nombre de valor pero de nada les sirvió porque estaban fuera del propósito de Dios, pero cuando Él decidió mirarte, te miró, te escogió y te salvó. 

Espero que hayas podido leer mi carta, no nos conocemos pero por fe pronto nos veremos. tu hermano Bartimeo. 

¡Ah! Antes de despedirme, te recuerdo que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia.

- Bartimeo.

Al instante abrí mis ojos y respondí, ¿Pero cuando eres ciego... 

Pues la fe es tu maestro.

-  Andrés Bonza

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