SEDIENTOS - EDICIÓN ESPECIAL



Era día festivo  y había mucho alboroto en las calles de Jerusalén, el mercado no cesó sus ventas, tanto así que los propios vendedores disfrutaban de la fiesta ahí, en su lugar de trabajo. Sí, era el último día de aquella semana de alegría donde se escuchaba a coro y con entusiasmo en cada  casa, en cada calle y en la plaza “Moadím leSimjá” “Moadím leSimjá” que traducido es “Buenas Fiestas”, esto producía en ellos lo que se considera regocijo, sus rostros eran como de aquellos niños que juegan felices e inocentes, la fiesta dejaba ganancia y satisfacción, pues era algo muy propio de ellos.

Mientras preparaban la ceremonia de libación del agua en el templo, por una calle, en medio de la multitud se acerca un grupo no mayor a 13 personas que retornaban al templo. Algunos de los que conformaban este grupo tendían a saludar a sus amigos, y era oportuno conocer nuevas personas, simplemente con el “Moadím leSimjá”.  Aclaro, quizás no eran todos, lo digo porque había uno entre ellos que era admirado por muchos, por su sabiduría, conducta y milagros, este era Jesús. Se sentaron cerca del templo, en un lugar muy bueno para observar la procesión y platicaban entre ellos; muchos del pueblo no apartaban la mirada de aquel grupo, los fariseos no dejaban de murmurar y mirar directamente a Jesús. Sin embargo Jesús con una copa en su mano y con la otra sobaba el borde de esta misma,  guardó silencio y alzó su rostro, así miraba al pueblo, miraba sus ocupaciones, miraba el corazón de ellos, miraba como estaban sedientos.

Durante la ceremonia, se acercaba una gran procesión que llevaba agua, esta pasaría por Jerusalén y rodearía el Templo, y entonces el agua sería derramada sobre el altar. Ya el pueblo sabía lo que pasaría, siendo así aumentaba la alegría, la ovación y las ramas de sauce golpeando el suelo, y los que llevaban el aguan mencionaban un proverbio: Simját-bet-ha-Sho’ebá, ¡Quien no ha visto la alegría del retiro (y el derramamiento) del agua, no ha visto alegría en su vida!

Jesús escuchó ese proverbio, vio al pueblo aceptarlo, pero la realidad era otra, nadie más que Jesús conocía el corazón de aquellos, sabía que no eran felices, sabía que esto no saciaría la sed de ellos, la necesidad de cumplir la ley, de vivir en santidad, todo lo que sucedía ese día, ese gran ultimo día era nada más que una simple costumbre y tradición, emociones alteradas, y religiosos tratando de vivir conforme a sus dogmas.

Mientras pasaba la ceremonia proclamando aquel proverbio, Jesús no soporta y se levanta, puedo imaginar las caras de sus amigos (discípulos), atónitos, preguntándose unos a otros, ¿Qué irá hacer Jesús? ¡detenle Pedro!, pero Jesús puesto en pie donde el pueblo podría verle, alzó su voz e inmediatamente la procesión se detuvo, el pueblo calló, los fariseos fruncieron su ceño y todos tuvieron que escuchar esto:
Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva”. (San Juan 7. 37-38)
…                                                                         ...                                                                           ...
Jesús sabía que con decir esto muchos iban a entender que él era el Cristo del que hablaban los profetas, que otros no le creerían y que otros no sabían de que hablaba. Pero como continúa diciendo este pasaje: Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado.
 …                                                                      ...                                                                              ...

La fiesta continuó y los sacerdotes y fariseos molestos rotundamente por lo que había sucedido pidieron que se le trajera, pero los guardias no fueron capaces.


Una vez que entendemos este contexto, una vez que entendemos que las palabras de Jesús (San Juan 7) no eran parte de la tradición, ni del show de la fiesta, inmediatamente adquieren un significado todavía más profundo y rico. Trata sobre la salvación y el agua; y es en el contexto que Jesús habla sobre dos cosas a causa de la necesidad y la sed de que ellos entendieran acerca de la salvación y el agua, Él prometió ríos de agua viva” sólo por creer en Él, y como está escrito, más tarde Él hablaría sobre el consolador (San Juan 14.  16-17).

Quizás ellos vivieron y aún viven en estas fiestas, esparciendo el agua alrededor del altar, y dando el saludo popular “Moadím leSimjá”, pero para nadie es un secreto que eso quedó en la historia. Pedro, Juan, Lucas, Pablo, Timoteo, Esteban, Santiago, Felipe, Mateo, Marcos, Matías, Silas, Tito, Bernabé, Teófilo, Cornelio y muchos más vivieron y pudieron saciar su sed, su alma sedienta experimentó aquella agua de la que el Señor refirió aquél día, no era  riachuelos, era ríos de agua viva, fuente inagotable, agua que salta para vida eterna, es la misma que hoy nos sacia, nos calma la sed, la que nos sumerge en su rio, y aún el alma anhela más de esta,  porque es la fuente viva que ellos no entendieron pero que a nosotros se nos fue revelada, no como tradición sino como vida. El Espíritu Santo no sólo nos lleva a dar nuestra vida por el Señor y a vivir en santidad, sino que también nos hace SEDIENTOS.

Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne,y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones,
Y vuestros ancianos soñarán sueños
Hechos 2. 17.


-Andrés Bonza

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